La Reforma Universitaria de 1918 significó la culminación del régimen arcaico que se desarrollaba en ese momento, tanto en el sistema educacional como en la sociedad; por lo que se convirtió en una “reforma social”, iniciada por los jóvenes estudiantes de la provincia de Córdoba, y extendida luego a todo el país y al continente sudamericano.
En las primeras universidades argentinas, creadas por la Iglesia, influyó por consiguiente la fuerte disciplina que el culto extremo marcaba tanto en la determinación de los programas a seguir como en la asignación de cada cátedra como un feudo personal, cuyo noble era el profesor, el único con poder de decisión sobre ella.
Tal como aseguró años más tarde Juan Domingo Perón acerca de los postulados que se plantearon en la Reforma, “con todas las imperfecciones y contramarchas que se quiera, lo cierto es que encierran una adulta concepción de lo que requiere una sociedad moderna”.
Y así fue que el crecimiento inmigratorio, entre otras cuestiones, instaló en la sociedad reales anhelos de progreso inspirados también en la ley Sáenz Peña del año´12, en la que los principios democráticos y de igualdad resonaban cada vez más fuerte en el inconsciente colectivo.
Finalmente, luego de una serie de conflictos en los que la violencia represiva fue protagonista, los estudiantes universitarios obtuvieron la reforma tan ansiada, apoyados también por los obreros que comenzaron a verlos como aliados para “una etapa de lucha democrática y antiimperialista”, como aseguró Portantiero.
Entre los logros que la Reforma trajo al ambiente académico se contó con la posibilidad de optar entre diferentes enfoques gracias a las cátedras paralelas, y formar parte del diseño y emprendimiento de tareas que vincularon a docentes y estudiantes con las necesidades de la sociedad, mediante una extensión universitaria, entre otros.
Sin embargo, si se echa un vistazo al actual funcionamiento de las universidades públicas en Argentina, todo aquello produciría cierta nostalgia entre quienes observan que muchas cosas de las que se lograron en ese momento como un derecho social más, en líneas generales no se respeta
Las desigualdades de oportunidades opacan el futuro de quienes realizan un enorme esfuerzo día a día por poder sentarse en un pupitre y participar de aquella cátedra que puede marcar la profesionalización de su vida, y suelen no ser escuchados si protestan por sus derechos. Se añoran aquellos tiempos.
En las primeras universidades argentinas, creadas por la Iglesia, influyó por consiguiente la fuerte disciplina que el culto extremo marcaba tanto en la determinación de los programas a seguir como en la asignación de cada cátedra como un feudo personal, cuyo noble era el profesor, el único con poder de decisión sobre ella.
Tal como aseguró años más tarde Juan Domingo Perón acerca de los postulados que se plantearon en la Reforma, “con todas las imperfecciones y contramarchas que se quiera, lo cierto es que encierran una adulta concepción de lo que requiere una sociedad moderna”.
Y así fue que el crecimiento inmigratorio, entre otras cuestiones, instaló en la sociedad reales anhelos de progreso inspirados también en la ley Sáenz Peña del año´12, en la que los principios democráticos y de igualdad resonaban cada vez más fuerte en el inconsciente colectivo.
Finalmente, luego de una serie de conflictos en los que la violencia represiva fue protagonista, los estudiantes universitarios obtuvieron la reforma tan ansiada, apoyados también por los obreros que comenzaron a verlos como aliados para “una etapa de lucha democrática y antiimperialista”, como aseguró Portantiero.
Entre los logros que la Reforma trajo al ambiente académico se contó con la posibilidad de optar entre diferentes enfoques gracias a las cátedras paralelas, y formar parte del diseño y emprendimiento de tareas que vincularon a docentes y estudiantes con las necesidades de la sociedad, mediante una extensión universitaria, entre otros.
Sin embargo, si se echa un vistazo al actual funcionamiento de las universidades públicas en Argentina, todo aquello produciría cierta nostalgia entre quienes observan que muchas cosas de las que se lograron en ese momento como un derecho social más, en líneas generales no se respeta
Las desigualdades de oportunidades opacan el futuro de quienes realizan un enorme esfuerzo día a día por poder sentarse en un pupitre y participar de aquella cátedra que puede marcar la profesionalización de su vida, y suelen no ser escuchados si protestan por sus derechos. Se añoran aquellos tiempos.
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